domingo, 14 de abril de 2013

Inmortal autodidacta (poemas de Gaba Echeverría, Capuz Varela editores, 1997. Prólogo de Horacio Ferrer)







Gaba Echeverría
Inmortal Autodidacta
Capuz Varela editores (1997)



Dedicatoria
Tiempo,
enhebro las piedras del camino
y te regalo el beso más escombro,
el más crecido de mí.







deix
oidal


Imagen y semejanza

No sé.
No importa.
Nadie sabe en realidad.
Yo sé
es de la gran fantasía humana.

Qué sé,
si hasta la muerte
es una masa de hueso y trapo
al verla.

Qué
del sinsentido del enorme amor.
Qué sé.
Siento
y está la muerte
y está el mundo
y está el amor.

Están
a imagen y semejanza
ante los ojos y los dedos los humanos,
invariablemente vestidos de pasado.
Pero tampoco sé el tiempo
porque es memoria
y se olvida y se recuerda en fantasía.
No sé.
No importa.
Puedo recordar tantas cosas.


Inmortal autodidacta

Enredó los pies en la fantasía,
lleno de vino.
Abrió los ojos
(inútil maniobra)
estiró los dedos
agarró fuerte el silencio terroso,
elaborando su plan con todo el cuerpo.

Sería él el único inmortal autodidacta.
Nadie lo recordaría
pero el recuerdo es la invención del olvido
así
nadie jamás lo olvidaría.

Soy inmortal, se dijo.
Y desapareció entre la gente
un minuto después.


Déficit

Tendría que ser verde
o andar con las costillas
fuera de la piel,
o ejecutarse a sí misma
como una vieja guitarra,
para que se note
que hay aparte de hombre
esa cosa el alma.


Paisaje

Cascabel tirano
ejerce juventud sobre la arena.
Repite movimientos
pero jamás me mira,
consciente de ser paisaje.

¿Por qué no vuela?
se pregunta algún viejo inusitando.
Pero Cascabel ejerce,
ése es su modo de no tener futuro,
y no desearlo.


Maribel

¿Cómo amar desde la mirada y el gesto inútil?
preguntó halagada Maribel
desde su entrañable cintura.

Nada
respondió el olvidado
el imperdonable labio
— la pasión es pasión y arde
sin esperanzas.


Cielo del deseo

El pasado me devuelve
al instante del poema.

Sátiro,
respiro mis entrañas.
Devuelvo mis uñas estranguladas
a tu base.

Seremos cielos
o ciervos desteñidos de lamernos
o sobrevivientes
atados a la isla del destino,
amados por el implacable reino
del deseo.


Herencia porteña

¿Y yo quién soy,
me llamo muerte o vida
o ceniza arrojada
por la brasa originaria,
dispersa?

Quién soy
Hacia dónde fueron otros pasos
antes,
o dónde la niña se hizo círculo de estrellas
en la nada
y me dejó deforme en el piso oscuro
reptando entre coleópteros
más o menos indóciles a la idea
pero empezados,
iniciados,
muñecos de ropero de la navaja espumosa
que es la muerte
en Buenos Aires.


Turista

He visto
la vana aspiración que clama por luz
Y es el bicho, el espíritu
en el límite de la nada.

He visto sangre, la he probado
pasión en los labios desprolijos,
y es la que clama por mi ausencia
cuando me vence la derrota del cobarde.

Del medio he tenido
la borrosa imagen del paisaje
anhelado.
Sabroso vacío descubierto en los espejados ojos
de los otros.

Así,
turista.


Enero

Reveillon en Buenos Aires
la tierra que avanza
sobre el anguloso espejo.
Neo o negro, salvaje levantar de pájaros
imbéciles.

Y los huesos de la mano
enroscados crujiendo cartílagos de hielo.
Las sábanas sucias
sobre los colchones de antes
y de ahora los mismos las mismas
sobre otros cuerpos.

La carne balbuceando
rosada como gelatina con sabor
a sebo o rosas o semen
o derramando más de lo mismo
de mí en otros, de nuevo
una vez y otra.
La pantalla
gris de enero en Buenos Aires
y vecinos yquecaloraplastadostodosquesevaya
felicidades.


Cegueras

Se emparcha no perdona
poner tanta palabra
se le brota
el péndulo inferior lustrado
y mirar hacia atrás desde la nuca
como si nunca un paso desde antes ni ahora
¿para qué?
Tanta lechuza miedo
tanto escarnio
ni ahora.


Alto y afuera

Allí donde yo veo la vida llena
se ve vacía.
No terminé nunca de llegar
“la vida no es sólo eso”
grité de nuevo
con paso diagonal.

Y los dos ojos se me clavaron
al poste incomprensivo
que me sostiene alto y afuera.
“la vida es esto y aquello
y no es todo”

Y qué hay entre esto y aquello
es eso la vida el espacio el entre
entrepiernas
entrelíneas
entregente
“entregate”
y no termino nunca de llegar.


Contrapunto

Él levanta un puñado de arena que se mueve.
Yo lo veo caminar la vereda de recortes.

Él se encierra en una parada
asoma un brazo más allá
implora atención por un segundo
y se desvanece.

Yo corro tras su meta
ausente de mí
estoy más adelante
encarcelándome a su resultado.

Él pasa sostenido desde los dedos
colgado
sin destino.
Yo lo veo pasar desde mis pies
atenta nuevamente a la violencia de la tarde.


TeVe

Narciso sale de la ducha (o regadera)
señala a cámara
y sonríe.
Mientras Narciso viste una navaja
(es el asesino de la hermana)
aparece Maribel unos segundos,
recordada.

Sorry,
vuelve a sonreír Narciso
ya repuesto.

Narciso bebe una enorme gaseosa
saluda a otra desnuda que besa como nadie
sonríe como nadie
nadie.
Maribel reflejada en la pantalla
piensa
que Narciso

Sorry,
dice él y sonríe,
vamos a un corte.


Receta

Ocurre:
se planta una jauría de lobos
en la almohada
y no dejan dormir a nadie.

Aúllan
toda la noche la angustia
en el estómago.
El plexo solar lleno de ranas
y fuera de la cama nada,
sólo las sábanas ahorcando los muslos,
los brazos que duelen bajo las costillas.

Si la aspirina y el té no funcionaron,
pruebe cambiar de oficio.
Hágase muerte
o lombriz
o humano.


Cortaziango

Axolotl tiembla
recuerda Maga,
la nariz pegada al cristal,
el silencio acuoso soñoliento verde.

De dorado se ve el rostro
de Oliveira.
Pregunta
recuerda.
Axolotl
en su capuchón rosa,
piensa,
sembrado de frío.

Apoya la nariz en la de Julio.
Y Oliveira y Traveler,
y se miran rosados,
entre río musgo marrón y cigarrillo
y tiemblan.


Parece

Parece poco.
Late.
Toma el humo del cigarrillo.
Late.
Afuera llueve viento.
La soledad es un oasis maldito.
Como la poesía.


Fénix

Crepita sin saber,
se entierra madre.
Prepara el resplandor
para otro credo.
¿Trepará su espina,
su cornisa,
o revelará el saldo
algún misterio?

Será,
se supone.
Será vuelo.


Saltimbanqui uno

En la baldosa de mi infancia
estaba la huella,
roja todavía,
de la mujer pequeña
que, repartida en rojo,
negoció con el mundo
una mirada,
a cambio de su locura.


Saltimbanqui dos

Preñada,
pregnada,
Saltimbanqui responde:
— Negociaré tu boca por rocío.

Naturalmente niega las parábolas
pero metaforiza.
Y baila pintada de rojo
en una calle gris de mediodía
llena de automóviles
y nadies.


Saltimbanqui tres
Saltimbanqui miró dos veces
pero no pudo ver de negro.
Tan rojo era su traje,
su danza,
su hastío.


Habitante

Tirar por la borda,
espacio de sosiego.
La llave encaja entre mis cejas,
pero perdí las cejas en otras casas.
Saborear baldosas
es el extraño hábito de estas tierras.

Entreabro la persiana de la lluvia
para volver,
después de caminarlas.


Alimento

Llenarme de palabras como cosas
me prepara un ayuno inconfundible.
Repito, rememoro, recapacito:
—Salomón, rey, repárteme entre hambrientos,
soy de carne, piel y pan.

Nunca un reflejo, a veces, vacío.
Siempre hijo.


Intelectuaciones

Pero si de hablar se tratara el pienso, el siento, el olvido...
Cada pedazo tiene que saber seguir,
que saber volver a tiempo. Un pedazo es un vacío del vacío,
con lo cual se llega siempre a lo infinito,
trasciende lo nádico, lo superfluo, lo sombrío.

Lleno de palabras en cada callejón enciende un fuego un
niño, un viejo, un ciego. Se lamen perros colas, gatos patas, hombres hocicos, y de palabras se arma un mundo de estructuras,
de zalamerías, de bolsillos.


Puñal de sonido

Entró y lo recibieron los duendes, los lagartos
y los perros. Se sintió acomplejado por su estatura,
su sonido de bronce andaba solo.
Los idiomas ajenos le tronaban
y respondió con sangre a los desvelos.
Pero la espalda le gritaba bronce, y bronce pudo hacer,
y al bronce se acoplaron espacios, máquinas, ladridos,
gaviotas, escombros, regocijos,
se empañaron alondras, escalofríos,
juicios, sembradíos, bolsillos,
de bronce vuelo se entreveró a la parca,
y le enterró de bronce un puñal de sonido.


Lluvia porteña

Ensalada carajo, ensalada, lluvia de la Buenos Aires nostalgiosa piensa escapar al agua en el agua, lavando heridas de vieja data. Lluvia de vino de domingo y soledad con mate y soledad con lluvia. Adoquín espejo del aparte, del frío y tortas fritas, del frío solo, del frío. El verde que te pinta en adoquín de lluvia. El verde que se lava te lava se alimenta, quién lava tu corazón como la lluvia, Buenos Aires, quién tiene ese aire de fin del mundo sin nada que te flote, de hundirse para volver
mañana al aguante de todos los días de todos.
Gracias por la lluvia Buenos Aires, gracias por el barro y el encierro, la humedad de entierro, la cocina, el fuego, la pava y el hambre curado con mate, gracias por la eterna chantada de tus palabras profusas de tanto llorar por las promesas muchas rotas, gracias por la lluvia y el cine húmedo
gracias.


Del diario

Del diagnóstico:
bajón,
salvedad prudente sin deseo,
murieron todos los niños, todos los soldados,
todos los charcos de sangres de los pájaros.

Cayeron las flores de la cuadra encelestada,
verde y negro de lutos
encerrados, tras cortinas de conventillos.

Las voces de la vecina aúllan sin ser vistas,
se niegan a dar la fe, pero sigamos:
ascensores de pronóstico, la orilla de la sangre,
vereda absurda,
las bocas de las madres llenas,
los colectivos en edificios estrolados.
Las narices de los dioses empolvadas:
ellos
viven del estado alterado de sus venas.

Los miramos:
sin que nadie lo sepa
surten de huecos la mañana.


No te metás

Cogidos los despojos del estupro,
enfermo,
inútil,
vomito lana roja de sangre.
Habitante de tercera en trópico podrido:
sudaca,
croqueta de meloso.
¡Mierda!
Una chupada al mate
y a otra cosa.


Pena (tango)

Pena
de espaldas al cielo
te maldigo.
No veo más allá de mis zapatos
pero presiento que casi todo ha sido.
Pena
Me pesa el hambre de esperar
milagros de corazón y sangre ajena.
He roto estos zapatos
buscando lo que no sé.
Cada camino
tiene curvas inesperadas,
felicidades nuevas,
hastíos inexplicables.
Este amor
que nada tuvo de destino
se hizo de a pedacitos de alba,
se fue muriendo casi sin aviso.


Adios

Serás feliz
dijo antes de echar a volar
entre los mirlos.

Pensé que razonar era imposible,
¿cómo explicar a Dios del humano amasijo?
Me senté y esperé.
Un día volverá, fue lo que dijo.


Almitas porteñas

Se acomodan las almitas porteñas
en madrugada.
Acomodan sus cacharros y sus chiches,
entran y salen se sientan hablan
y toman
sus vinos y sus ansias.

Acomodan,
cada lugar en su cosa,
cada pedazo en su espalda,
cada bala,
cada ceniza.
Los silencios a sus temas,
los amores a sus ollas,
a la cama los niños y la historia.
En madrugada
los porteños,
que acomodan sus almas.


En estas cosas

Te
yo a vos.
Quién es yo

Recuerdo pisados los higos de la abuela.
Recuerdo el veintiuno de bufanda.
El rincón está en el alma.
Quién es vos

Es amarillo el ruego de las hojas
si cayeron.
Caímos pero mi ruego es negro.
Quizá de noche, siempre es de noche
en estas cosas.

Siempre hace frío o llueve,
o la soledad,
o Buenos Aires inundada,
o qué sé yo de mensaje
de amor equivocado
en el contestador
de uno.


Hermanidad

para Carlos Echeverría

Verde-azul de Rio
y el ventanal rompiéndose
en mi almohada.

Pelusa-perra, guitarra, alfombra mar.
Arrojados
sobrevolábamos bombardeando la ciudad.
Las cortinas, la cocina de galletitas,
el idioma largo y marino.
Las narices y los codos de espera
de saudades.

Descalzos
en botes de madera,
en atardeceres de cangrejos
y fideos de pescadores.
Nos hundíamos a mirar
la vida desde abajo

¡Y se veía el cielo,
hermano,
el cielo!


Pretextos

¿Cuándo cantar?
Cada paso duele en los huesos.
¿Cuándo andar?
Elegimos el atardecer
tentados por los pájaros.

Creyendo en Dios
y con corazones en las manos,
palabreamos siempre,
salamos el sol
y lo olvidamos.

Trazaríamos con razón
el infinito,
si no fuera tan inmenso
y tan distante.

Perogrulladas,
trazos de carbón
aguados de agua,
quebrados en montes,
en tertulias,
en llamas.


Lo que te digo

Dije:
lo que te digo viene.
Me hincha los labios a golpes por dentro.
Me rompe las costillas
a latidos.
Estalla,
rasguña el estómago.
Sale por las uñas
a matarte.

Dije:
no digo más.
¡Cállenme las tripas!
Te devuelvo la vida irresponsable,
pero dame a cambio el mar
y el tiempo.


Las ganas

Tengo las ganas del mundo.
La sonrisa del monje zen en una orilla de la cara.
En la otra un hueco (una especie de tercer ojo desfondado).

Casi no hay arena,
la que queda está toda pegada a mis axilas.
Con una mano estoy acariciando muy despacio algo
que está caliente, pero no es mi cuerpo.
Presumo que hay alguien más bajo las sábanas.

Hago todos los gestos del que respira:
dilato mis fosas nasales, ensancho el pecho,
saco un poco la panza.
Pero yo sé que no entra nada en mis pulmones.

Uno de mis ojos se escurre por su ojera correspondiente,
casi hasta la mitad de la mejilla.
Es un óvalo vertical que late, duele un poco.
El otro hace tiempo que mira la nariz de cerca
(quizá no pueda entender por qué sigue moviéndose).
(La esperanza es esa mano que sube por mi sexo)


Desanudanzas

Desnudarte como desanudarte, despacio.
Sacudir perezosamente los espacios que quedan.

Interminable suicidio:
descorrer la inmunidad de tus palmas, tu entrecejo, la pestaña enroscada
a tu corbata, la idea de que el mundo,
de que el mundo...

Labiar tu versión de la importancia, entrecortar la savia del tiempo y convertirla en pelusas de carne, sábanas de aire, cuencos
nacarados de sal.

Crispar la semilla del miedo en sangre y sangrar, lejos, encontrados en arena, lamidos en lengua de espuma, deshechos de los
dientes del grito.
Desechos de Dios.

Penetrar en el aire de la luna invencible, silenciosa y traicionarla:
silabear nuevamente el verbo y desnudarte como desanudarte, despacio...


Amigos

Alosa, Juan Carlos y yo somos la misma persona.
En días de lluvia yo extraño a Juan Carlos. Después Alosa vuelve
para encerrarse a cantar, a bailar, a desaforarse solo,
en una multitud de soledad. Yo, recuerdo que es hora de cenar, o de dormir,
y entonces Juan Carlos saca el sol y lo brilla, y lo humaniza todo un poco más
y se sienta a darse unos abrazos con unos mates largos y llenos de silencios tiernos.


Niñez

Descalza sobre la arena repito mis dedos del uno al cinco, dos veces. Miro al pájaro de tela, de pie sobre la montaña las alas en rojo y azul. Se corre el abismo y es viento, silencio y existencia, con el estómago en la nuca, los pies dormidos,
la sal en los labios: vuela. Es conciencia pero vuela.
Repito mis dedos crujientes, los desaparezco bajo la roca lenta de tiempo, húmeda.
La roca se zambulle en los huecos, aparece como huella,
como la huella que ahora borro, como la huella que se borra del cielo cuando el pájaro termina su vuelo y vuelven a ser sus pies sobre la arena mi propia huella.
Hundida y en migajas repito mi mirada. La navego.
Cavo el túnel alrededor de la hormiga, pasan las vías, un tren,
las suelas de mis pies, se extiende un puente blanco y brillante,
como un camino de Machado,
como el puente reluciente del acero futurista,
como un hilo, donde camine una araña.
Me multiplico los pies hasta araña
y hago mi tela con la roca del tiempo.
La espuma espeja la roca, borra al tiempo, moja mis pies.
Hacia el poniente una nave esgrime sus velas grises de tormenta.
Pelea sus cuerdas con el azar, con la nostalgia de sus tierras,
con el moho de sus tablas, donde se cifran historias de puertos, burdeles y mercados.
Repito mis dedos, del uno al cinco, dos veces.
El guardián enciende la luz de la plaza.
El sol ya está puesto.
Envuelvo los pies en mis telas para llevarlos a casa.


nenúfar
de acero

Placerazgo

Se invadió de placer. Se circuló
contra un centro.

Respiró. Resbaló muy despacio.
Se levantó
en rodillas apoyada
en su vértice.

Rodó su cabeza que golpeó la
pared y cayó al piso junto a la
cama donde los cubos del
hielo rezumaban whisky,
cigarrillo y medias
de lenguas caladas.

Lo demás se fundió
en el charco oscuro
de la rutina.


Criado de nostalgia

Tensar el arco oscuro del deseo.
Sobrevivir al asedio de las noches.
Intuyo lo inobturable de mis sueños.

— mi alma es de algún amigo
que jamás supo de ella

Aladino es de la muerte,
es de las oscuras moscas de la tierra.
Criado de nostalgia,
saluda el espíritu ciego de todos los brazos
mientras se rasca el cielo.
— las palabras miran desde lo alto

Se ven dedos, después manos,
se ve dónde van a terminar los brazos,
la pelambre, el entrepecho, el hueco,
donde lo que debería estar,
— el corazón
se calla a cada rato
ahogado por los párpados vacíos
que un cinturón sostiene
como sostiene las piernas, los sexos y las medias.
— modelo vivo

Desnudo por impotencias,
por jamás trazar el arco,
jamás soltar la cuerda,
jamás interceptar
el vuelo distraído del deseo.


Ahora

Narcotraficar del deseo
De ti entrego todo,
de mí
se encargará la luna
de llevarte.

Acariciaré (larga palabra)
Acariciaré (larga mente)
largo corazón cansado

Acariciaré
el hallazgo sencillo de tu sexo
subrepticio.
(palabra extraña)


Avestrella

Camino.
El mar desdibuja las huellas.
Estoy atravesada
y era.

Avestrella sesga,
floto con direcciones
de encierro.
Y era.

Avestrella niebla,
crisálida de cuarzo.
Era.

Nenúfar de acero
se quiebra en círculos
revienta rasga roza
penetra, me atraviesa,
las alas contra el suelo,
me camina y se va.

Avestrella camina
sobre esquirlas de cuarzo,
córneas de sal,
apenas alumbrada en fe.


Destino de mujer

La condena
determina diosas
sólo para el amor
de algún hombre
solo para amar.

Mitológicas hadas,
estirpe de Walkyrias,
presumen su derecho
sobre el destino
y lloran viscerales
la falta de cuerpos
de otros cuerpos.

Tantean carnales
sus garras entre piernas
sentimentales y románticas,
mientras se juran fidelidades
y escarban
explicaciones, batallas
y versos
para sentirse reales.


Tonada

A cada sensación de amanecer,
humeante,
trastiendo las pupilas
mar que hablan
y no paran de hablar.

Corazón de carne:
el tiempo casi casi
no pasa.

¿Cómo sucumbir al dragón
sin haber sido aún coronada?

Una historia de puerto,
eso nos falta.
Un destino invencible.
Una tonada.


Moebius

Zapato,
me sacarás los ojos
del espantoso filo
de lucharte.

Me clavarás tus clavos,
tus callos,
las estacas podridas en las manos.

Arrastraré decenas
de luces imparciales
que me pueblan;

me coserás el sexo
al cuero seco del pasado.

Y ya sin uñas
ni rasgos,
patearás esa puerta ensimismada
y caeré de bruces
en la vida.


Amablemente

Encinta de caricias
de nariz al espejo,
asesiné,
cuchilla sobre la plata del estaño,
migas sangrantes,
carroñas de susurros.

Mis ojos quedaron
impasibles
al otro lado de la cortina.


Siesta porteña

Cuerpo
de cristal líquido.
Frío extraño.

Una golondrina
espía
entre las tablas de la persiana.
El agua hierve dentro de la pava
sobre el fuego dentro de la cocina
sobre la cama dentro de

Un siglo
de cristal de cuerpo líquido
que hierve extraño.


Tautologías

Impensable
era ser primavera
adolescente inútil
a gritos por el cielo.

Impensable
era quebrar los ojos
rifando el indolente
andar de los relojes.

Impensable
correr tras los aplausos
pretendiendo pertenecer
a los mendigos.

Impensable
pensar aquel amigo
que un día se tiró
de las ventanas
y nos trajo el regalo
del abismo.



trazos



Inundada

Pinacoteca inútil de palabras,
creación de trastos empapados.
Inundada paciencia de mujer,
si no hay adóndes,
¿cuándo?


Poeta

Desde tu carne
devine otra.
Poeta.
Penurias de acero.


Historia argentina

Siempre remar.
En cien que no escabullen
al bulto,
al pedazo leproso
de la historia,
setecientos pulgares apuntan
hacia abajo.


Mi propia sangre

Fabrico esquirlas
las mastico
y las trago.
Vendo los ojos
al mejor postor.
Después
mi propia sangre me sorprende
tratando de descifrar
a Dios.


Transas

Transó:
un asombro estático,
un grabador
y un piolín,
pagadero en cuotas
ajustables
al
costo
de
vida.


Amores porteños

Una ventana húmeda,
cuarenta watts atrás
de un trapo rojo
y un invierno,
se recorren
tiernos.


De paseo

Atardecen
las paredes escritas,
las ventanas de las
arañas bellas.
Los gatos
siguen siendo los mismos
con más hijos.
Yo
sigo trayendo mi letra
llena de nido.


Siempre

Luna luna
de tu boca
Federico de luna
de tu boca
Casi nada persiste:
casi todo,
ojos de los míos,
dedos de tu boca,
y tu pecho
y tu pelo,
ojos de nosotros,
siempre,
nosotros.
Siempre.


Punto final

Cayó despacio.
La espera sacó en limpio
el estado de su carne.
Del vacío al final:
allí,
o en ninguna parte.


Silencio

Crecido
el río me devuelve la luna.
Nadie piensa en volver.
Agonizante
un espejo,
quita del medio
a la mañana.
Cuando miro de nuevo
el silencio se calla.


Clasificado

Casa
pivote
aleteo.
Llanto
camino
palabra.
Dueño
vende
o alquila.


De la guerra diaria

Venas al viento,
soldado.
Rojo el sol
atraviesa
penetra
y muere,
como todos.


Tu boca

Pasos.
Mi sangre retoma
un trazo oscuro
como un grito.
Tu boca ensaya.
Yo me muero.


Sin salida

Enderezaron
de pronto
las esquinas.
Ni una nube,
ni un perro,
ni una esquirla.
Giró sobre los talones
casi sin argumentos
y buscó la forma
de clavarse
sus últimas palabras.


Vecinas

Hay una silla
escrita en la ventana.
La que miraba
creyó que era la otra.
La que sentaba
parió el atardecer
y la mañana.
Las dos suicidas
callaron sus rosarios
crucificaron
un Cristo de madera
y se olvidaron.


Maravillas

A García Lorca

La razón
canta sus grillos.
El cielo se divide
montañas y árboles
como cartas.

Federico,
que se calle la luna.


La fija

Preparado el final,
sorprendente.
Grito de favor,
grito de guerra.

Quizás en el tiempo
se pinten las gaviotas
de suicidio,
pero nada te hará
cambiar de idea.


Decadencia

Crispado el cielo
estalla la locura
y final.
Sueño el principio.
Jamás he visto
crisparse
al cielo.


Un amor

Parecería un tren.
Un trino.
Creció entre lo fatal
y lo apócrifo
de las tardes.
A cada rato hierve.
A cada rato
nace de nuevo.


Viejos fuelles

Si en el piso del olor crecieran
viejos fuelles,
tirados en los mares
nos encontraríamos, quizás
una mañana, pensando
penetrar el pecho,
equivocar
el rito
o el mito que hicimos
de tu pelo.


Siglos de nostalgia

Sucia
en espacio de siglos
estás
y te extraño.


Signo

Desando. Reanudo
brillo. Labío
palabras breves
lento, muy lento.
Resguardo,
regurgito el centro.
Te lo devuelvo.
Duele.
Vuelvo.


Dos

Dos puntos
y el cielo
sigue clavado
en su tumba.
Demasiado cerca.


Tres

Tres.
(dragones inalterables)
Maldito el piso
pegado a la palma
de los labios.


Ceremonia

Calabozo,
parca desvalida,
que sobre tus huellas huello,
no pidas.






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